10 de octubre de 2007

Creo de Creer, poema II

Exactamente allí,

en lo más delgado por donde el hilo se corta,

en el último tac de la cuerda de un reloj,

en el latido del paro cardíaco,

en el punto final de los libros del universo.

En ese rincón,

en ese aleph de todas las cosas,

hay otro enigma:

Cuál es el último color que ven los moribundos,

cuál es el último sonido.

O mejor:

cuál será la primera fruta que no huelan,

cuál el primer beso que no los regocije.

Exactamente

al pie de esta barrera

donde el mundo sigue

y la nada comienza a hacer girar sus maquinarias,

es donde algo se vuelve irremediable

para siempre.

Se vuelven necesarios los desprecios

y las culpas,

y todo para qué:

para que la nada

se disfrace de misterio

con máscaras de paz.

Los profetas desvían su camino y sueñan

con túneles sagrados.

Y bajo la gran arboleda,

en la orilla sur de un río detenido,

alguien le exige a Dios que evidencie su existencia.

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