13 de mayo de 2016

Contra Dios y marea XII

No siempre se trata de luchar por el reencuentro. El reencuentro no es nadie. El reencuentro es un pasillo y nada más. Un pasillo donde ya no se oye ni el silencio. La lucha por el reencuentro, entonces, es una caminata sin esquinas, una carrera sin adversario, una peregrinación sin dioses, un buceo por aguas estancadas, tan parecido a la quietud. La verdadera semilla no es el reencuentro. El reencuentro es una abstracción inexplicable, una cáscara cercana y promisoria, un puente entre el labrador que ha perdido su semilla y la semilla que no puede, que no es libre de, que todavía no sabe alzarse hacia la luz. No siempre se trata de luchar por el reencuentro. A veces, ni siquiera se trata de luchar. A veces, se trata simplemente de mover los pies sobre la tierra, de amanecer para el amor, de arrodillarse ante la lluvia, de abrigarse en la ley. De cuidar la semilla a través de todas las murallas. De soñar con la cosecha, de abrazar la cosecha.

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