— Hoy estuve por llamar a La rueda de la sonrisa, pero al final no me decidí — dice el muchacho —. ¡Ahora me da una bronca! Si ganaba me arreglaba los dientes, eran como quinientos pesos, creo.
— Qué pregunta era, ¿la de Banfield?
— No, no era de Banfield, era de Lanús.
— Pero si preguntaron cuál era la estación que venía después de Remedios de Escalada.
— No, don Héctor, usted escuchó mal, preguntaban por la anterior, no por la siguiente.
El hombre interrumpe el sellado y lo mira fijo. Luego vuelve su mirada hacia la mujer, que está en la puerta.
— Vieja, ¿qué tenés en las orejas vos? ¡Así no se puede!
La mujer lo mira por un instante pero no responde. Vuelve su atención a la lluvia.
— ¿Ya va parando? — dice el muchacho.
— No. Sigue igual. La lluvia me da una tristeza.
— Escuchame, Quique —. El hombre retoma el ensobrado —: ¿Vos sabés dónde queda Baro Baro?
El muchacho se rasca la cabeza.
— Ahí me mató, don Héctor. El experto es usted.
— Mucho experto, mucho experto, pero con lo que llevo ganado en lo que va del mes no cubro ni los gastos del correo.
— Son rachas, no hay que preocuparse. Eso sí, permítame que le dé un consejo: vaya comprando un diccionario más nuevo, mire que el mío es mucho mejor que el suyo y a mí la mitad de las veces no me sirve.
— Porque te falta experiencia; yo el diccionario lo necesito para los países nomás.
— Pero, don Héctor, el otro día estaban preguntando por un río de un país nuevo... Bellorrusia, o algo así.
— ¡No seás animal, Quique, que los países ya hace una pila de años que están todos!
— Le digo que no, que están poniendo países nuevos. Se lo juro por mi nena.
Cae una gota de agua sobre la espalda del hombre, que emite un chistido.
— Escuchame, Quique, pensalo un poquito, ¿dónde van a meter un país nuevo si mirés donde mirés ya hay otro?
— No sé, pero le juro que es tal cual como yo le digo.
Sobre la espalda del hombre cae otra gota junto a un pequeño trozo de mampostería del techo.
— Esta porquería me va a arruinar todo el trabajo. Vieja, traeme una toalla, querés.
— ¿Quiere que lo ayude a correr la mesa?
— No, con una toallita alcanza. Apurate, vieja.
La mujer le acomoda una toalla sobre los hombros
—¿Te das cuenta? Hace como una hora que empezó “Buenas Noticias” y todavía no me llamaron. Adónde mandás los cupones vos, ¿a lo del Quique?
— Fijate el teléfono, a lo mejor está mal colgado.
— No se enoje tanto, don Héctor— dice el muchacho—. No le va a hacer bien.
— ¿Qué cosa no me va a hacer bien? — dice el hombre tirando la toalla en el piso —. ¡La Dolores no me hace bien! ¿Te contó que el otro día se durmió y me hizo perder un lavarropas?
— ¡Héctor! eran las dos de la mañana...
1 comentario:
me gusto mucho...atrapante, lastima que solo es un fragmento!!! Saludos
Publicar un comentario