12 de julio de 2007

El que Trabaja por su Cuenta, fragmento

— Hoy estuve por llamar a La rueda de la sonrisa, pero al final no me decidí — dice el muchacho —. ¡Ahora me da una bronca! Si ganaba me arreglaba los dientes, eran como quinientos pesos, creo.

— Qué pregunta era, ¿la de Banfield?

— No, no era de Banfield, era de Lanús.

— Pero si preguntaron cuál era la estación que venía después de Remedios de Escalada.

— No, don Héctor, usted escuchó mal, preguntaban por la anterior, no por la siguiente.

El hombre interrumpe el sellado y lo mira fijo. Luego vuelve su mirada hacia la mujer, que está en la puerta.

Vieja, ¿qué tenés en las orejas vos? ¡Así no se puede!

La mujer lo mira por un instante pero no responde. Vuelve su atención a la lluvia.

— ¿Ya va parando? — dice el muchacho.

— No. Sigue igual. La lluvia me da una tristeza.

— Escuchame, Quique —. El hombre retoma el ensobrado —: ¿Vos sabés dónde queda Baro Baro?

El muchacho se rasca la cabeza.

— Ahí me mató, don Héctor. El experto es usted.

— Mucho experto, mucho experto, pero con lo que llevo ganado en lo que va del mes no cubro ni los gastos del correo.

— Son rachas, no hay que preocuparse. Eso sí, permítame que le dé un consejo: vaya comprando un diccionario más nuevo, mire que el mío es mucho mejor que el suyo y a mí la mitad de las veces no me sirve.

— Porque te falta experiencia; yo el diccionario lo necesito para los países nomás.

— Pero, don Héctor, el otro día estaban preguntando por un río de un país nuevo... Bellorrusia, o algo así.

— ¡No seás animal, Quique, que los países ya hace una pila de años que están todos!

— Le digo que no, que están poniendo países nuevos. Se lo juro por mi nena.

Cae una gota de agua sobre la espalda del hombre, que emite un chistido.

— Escuchame, Quique, pensalo un poquito, ¿dónde van a meter un país nuevo si mirés donde mirés ya hay otro?

— No sé, pero le juro que es tal cual como yo le digo.

Sobre la espalda del hombre cae otra gota junto a un pequeño trozo de mampostería del techo.

— Esta porquería me va a arruinar todo el trabajo. Vieja, traeme una toalla, querés.

— ¿Quiere que lo ayude a correr la mesa?

— No, con una toallita alcanza. Apurate, vieja.

La mujer le acomoda una toalla sobre los hombros

—¿Te das cuenta? Hace como una hora que empezó “Buenas Noticias” y todavía no me llamaron. Adónde mandás los cupones vos, ¿a lo del Quique?

— Fijate el teléfono, a lo mejor está mal colgado.

— No se enoje tanto, don Héctor— dice el muchacho—. No le va a hacer bien.

— ¿Qué cosa no me va a hacer bien? — dice el hombre tirando la toalla en el piso —. ¡La Dolores no me hace bien! ¿Te contó que el otro día se durmió y me hizo perder un lavarropas?

— ¡Héctor! eran las dos de la mañana...

— No tiene nada que ver — dice el hombre levantando el dedo índice —: el que trabaja por su cuenta no tiene horarios. Ya te lo dije un millón de veces.

1 comentario:

Naty's dijo...

me gusto mucho...atrapante, lastima que solo es un fragmento!!! Saludos